La parcialidad local enardeció, el estadio entero era un hervidero, rugía; la gente se quejaba amargamente y lanzaba infinidad de vituperios con dedicatoria a la madre el colegiado. No podían creer que el nazareno se haya atrevido a sancionar esa entrada como una pena máxima y mucho menos en tiempo de compensación. Los aficionados más radicales amenazaron con entrar al campo de juego y saldar por su cuenta esa afrenta. Este partido definía al campeón, ambos equipos estábamos igualados en puntos, pero el empate les aseguraba a los dueños de casa la copa y el festejo del monarca.
Se jugaba el minuto 93 y el marcador se encontraba igualado a dos tantos. Si hacíamos efectivo el tiro penal, la gloria de la vuelta olímpica sería para nosotros. En ese tiempo, ser campeón de un torneo tan complicado podía considerarse como una hazaña, sobre todo para un equipo como el nuestro, éramos cuadro que no tenía como prioridad luchar por el título, nuestro objetivo fue siempre salvar la categoría, para darle valía a nuestra institución.
Yo aún estaba en el piso, adolorido por la entrada del defensivo, cientos de pies me rodeaban, eran jugadores del conjunto local. Reclamaban la marcación al referee, otros vinieron hacia mi, buscando que yo dijera que me había clavado buscando sacar ventaja:
-Te tiraste, confiesa. Hijo de puta-
Me reclamó el capitán contrario con furia en sus ojos.
No dije nada, solo le señalé mi pierna izquierda, la calceta estaba rota por la barrida de su defensa, él se volteó con el árbitro para seguir con su retahíla de insultos.
El ambiente se volvía cada vez más tenso, incluso alcancé a ver como un jugador amenazó con golpear al juez central, afortunadamente hubo un poco de cordura en él y se apartó del área de conflicto.
Nuevamente se me acerca un adversario, ahora es el portero:
-¿Por qué quieres terminar así el partido?
-¿Quién eres tú para robarme la gloria?
-El fútbol para mi es mi camino al éxito y no pienso darte la oportunidad de quitarme ese deseo.-
Yo le doy la espalda y trato de buscar el balón para preparar la pena máxima y buscar ese gol que nos presentará una alegría que jamás habíamos experimentado. Por eso siempre fuimos al ataque, lo intentamos por dentro, por fuera, desde lejos y en corto. Sin embargo los locales, cuando consiguieron la igualdad a 15 minutos del final, decidieron acomodarse a la defensiva e intentaron que el tiempo fuera su aliado para colocar un nuevo título en sus vitrinas.
El árbitro poco a poco pudo controlar la situación, aunque seguían los reclamos ya eran menos airados y consiguió, por fin, hacerse del esférico. Se lo dio a nuestro capitán para poder ejecutar la pena máxima. Desde la banca, el DT gritó que nosotros definiríamos al cobrador, solo nos aconsejó que lo hiciera quién estuviera más seguro.
El capitán preguntó a todos quién tenía la confianza para tirar una falta con tanta responsabilidad. De ejecutarla en forma exitosa podría llevarnos a la gloria y a alcanzar una meta que nunca imaginamos.
Era un momento de nerviosismo y tensión máxima, no cualquiera se atreve a dar un paso al frente en este tipo de situaciones. Yo me encuentro frente a él, con una seña le pedí el balón, él asintió con una sonrisa y me dio la bola. Todos en el equipo me otorgaron su respaldo, confiaban en mí, en mi capacidad de ayudarlos a conquistar ese título que tanto trabajo nos había costado.
Cada compañero me brindó su aliento, me tuvieron confianza, al parecer estaban tranquilos con la decisión de ser yo quien ejecutara el penal. Ese convencimiento que mostraron me llenó de tranquilidad y energía para llevar a cabo tan importante tarea.
Ahí iba yo, en una caminata lenta y solitaria hacia el punto penal. Observé todo el panorama, aún puedo sentir la provocación, la furia y los insultos de la gente que quería que fallara. En la marca de los 11 pasos me espera el arquero, nuevamente, se acerca y me dice en voz baja:
-Recuerda que la gente está molesta y, si anotas, mínimo te rompen las piernas.
-No tienes nada, esto (Señala la cancha y la tribuna) es mi ambición, tú no vas a sacar nada de acá. Para ti el futbol es solo un deporte.
-¿No es cierto?-
Yo respondí con una sonrisa, no quise decir nada porque creía que estaba intenando desconcertarme, dejé que se alejara, que tomara su lugar en este limbo que se convirtió el área de los 16.50. Cuando llegó a la línea de meta, lo observé fijamente, identifiqué el lugar que sería mejor para asegurar el tiro. Sin embargo no dejaba de pensar en su pregunta. Tomé el balón, lo acomodé (siempre con el pivote hacia mi, como me enseñó mi tío cuando era niño) y de inmediato vino nuevamente a mi mente lo que me había dicho:
-Para ti el futbol es solo un deporte. ¿Cierto?-
De la nada llegó a mi mente todo lo había vivido gracias al deporte, a la pelota, al futbol. Después de colocar el esférico me incorporé y le grité al guardameta:
-¡Para mi el futbol es más que un deporte, es un pretexto!-
Al parecer mi respuesta lo desconcertó, quizá, sin querer, logré confundirlo. No pudo entender, en ese momento, a qué me refería al decirle eso.
Y es que el fútbol ha sido, en mi vida, una parte fundamental y esencial dentro de mi desarrollo. Desde que tengo memoria siempre he estado ligado al balompié, no creo que exista un pasaje de mi vida sin que este bendito deporte me haya ayudado a llegar a donde estoy.
Siempre fue un vínculo, un nexo para que me pudiera acercar a la gente, para hacer amigos, para platicar con mis pares. Este bendito juego, me desarrolló como ser humano, me hizo soñar con un futuro mejor, me dio ánimo en momentos en los que veía el panorama sumamente oscuro. Es la conexión con mi familia, con mis amigos, con los mejores y con los que apenas conozco.
Gracias al balompié soy lo que soy, me ha enseñado a creer en la gente, en el trabajo en equipo; me ha revelado mi carácter y mi comportamiento en situaciones adversas; me ha enseñado a no rendirme, me ha hecho un mejor ser humano; me ha permitido viajar, conocer nuevos lugares, nuevos mundos, otras culturas y visiones de vida.
Simplemente, el futbol es mi conexión con los otros, es mi hogar, mi familia y mi sentido de pertenencia, es mi forma de ver la vida es, la forma que Dios me dio para unirme con los demás. El futbol, para mi, es justamente eso, solo un pretexto para vivir.
Claro, el guardameta no sabía todo esto cuando le respondí, no obstante gracias a él recordé porqué juego y porqué quiero tanto a este deporte.
Y de nuevo estaba ahí otra vez, parado en el área grande, tratando de conseguir o una nueva alegría, un nuevo motivo para acercarme con los míos. Por eso pedí el balón, no por el afán de protagonismo, sino por intentar vincularme con la gente y esa felicidad que da ver al balón sacudir las redes para coronar el esfuerzo del conjunto.
El árbitro hizo sonar su ocarina, dio la señal para patear la falta. Respiré profundo, intenté sacudirme los nervios, nuevamente observé el lugar donde intentaré poner la pelota. Tomé carrera y disparé con toda la fuerza y fe que tengo, el portero se lanzó en la misma dirección que el balón. Todos contuvimos la respiración, el tiempo parecía detenerse, solo quedaba esperar el desenlace de aquel disparo que buscaba la red y una nueva alegria en la vida, en mi vida conectada al futbol.
Gran relato mi amigo Eriza el cuerpo la gran descripción del ambiente de dentro del área. Revisa tu tiempo que en ocasiones cambia sin justificación y dale más emociones y menos descripción a los motivos del amor al juego. Pero en general es muy bueno, se alcanza a compartir el sentimiento. Abrazo
ResponderBorrar¡Amigo!
Borrar¡Qué bueno que te gustó!
Atesoro tus comentarios y los tomo muy en cuenta para mejorar.
Gracias por tomarte el tiempo para leerme.
Intentamos mejorar en cada relato.
¡Abrazo grande!