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Aquella Primera Vez

Quién lo haya experimentado sabrá de lo que le hablo, el amor es un sentimiento que se constata pocas veces en la vida. Lo percibes con tus padres, con tu famila. Lo padeces cuando conoces al amor de tu vida y lo experimentas cuando te flechas con los colores de tu equipo.

¡Amor! Exactamente eso sentí aquella primera vez que fui al estadio con mi padre. Lo sentí ahí, al lado izquierdo de mi pecho, junto a mi corazón. Fue una flecha que se encajó tan profundo que nunca pude sacarla de mi ser.

En esos infantiles días ya simpatizaba con los colores de la escuadra por una cuestión de tradición en la familia. El fanatismo por nuestro conjunto ha pasado de generación en generación.

Desde que tengo uso de razón, cada domingo, cuando había temporada de fútbol, mi familia se juntaba en torno a la TV para ver a nuestro equipo, era prácticamente un ritual familiar de cada ocho días. Los preparativos iniciaban un dia antes, íbamos al mercado por “provisiones”, comprabamos lo necesario para disfrutar todos juntos esos 90 minutos.

Fruta, dulces, frituras y bebidas eran parte del menú; en ocasiones especiales (cuando había finales o torneos importantes) mis padres invitaban a sus amigos para disfrutar los encuentro y había una variedad más amplia de comida. Siempre era fiesta cuando jugaban los nuestros.

Uno de eso tantos días mi padre me dijo que no haríamos nada para el domingo, que ese fin de semana sería distinto. No veríamos el partido en la casa.

De primera instancia sentí un vacío profundo en el estómago. -Hasta ese momento no me había puesto a pensar qué sentiría no ver un partido en mi hogar, con mi familia.- Mi padre debió notar mi cara de desilusión, porque a penas terminó de decir eso me abrazó y me dijo con mucha emoción:

-...”Quita esa cara, hijo. Claro que vamos a ver al equipo, pero no en la TV”...-
-“¡Nos vamos al estadio!”-

Yo salté en cuando escuché la noticia; creo que llegué a tocar el techo de la cocina por el impulso. Corrí, festejé por toda la casa, como si hubiera anotado un gol de último minuto. No lo podía creer, por fin iba a ir a la cancha a ver un encuentro de mi equipo favorito.

La emoción estuvo en mi todo el día y mucha parte de la noche, deseaba tanto que llegara la hora de ir al juego que casi no pude dormir. Saber que en unas horas estaría en un lugar que solo conocía por la TV alejaba cualquier rastro de sueño o cansancio que pudiera tener.

Naturalmente, la noche y el sueño me vencieron. Pero como ningún otro día, me levanté al primer llamado de mi papá. Hice todas mis labores domésticas con gusto, desayunamos y me preparé para el gran día.

Recuerdo que ese domingo era un domingo de primavera, el sol estaba a tope, no había ninguna nube en el horizonte. Mi papá decidió caminar un poco para disfrutar de ese clima.

El trayecto parecía eterno, aunque vivíamos a unos minutos del estadio las ganas que tenía por llegar, hacían que la caminata pareciera kilométrica.

Conforme nos acercabamos a la cancha, se podía ver más y más gente con la playera de nuestro equipo. No conocía a ninguno de ellos, pero cuando alguno cruzaba miradas conmigo y mi papá, nos sonreían y nos impulsaban con una seña amistosa.

De la mano de mi padre iba descubriendo la magia de un día de partido en el estadio, parecía que la gente llegaba a una fiesta, a un carnaval. La multitud le iba dando vida a las inmediaciones del estadio con música, comida, risas y camaradería en cualquier lado.

La vibra de todas esas personas ponía mis sentidos a flor de piel, jamás había experimentado un revuelo tan grande. Mi admiración iba en aumento a cada paso, todo lo que veía me hacía sentir como parte de una gran familia.

Finalmente nos encontramos en el umbral del túnel de acceso a la cancha, la luz del sol de mediodía no dejaba ver qué había del otro lado. Mi padre me sonrió y con un gesto de complicidad me soltó la mano y me dejó ir hasta el final del corredor.

Ese pasadizo parecía que me adentraba a un nuevo mundo, la emoción que sentía cada vez era más y más fuerte, tenía la impresión que mi corazón saltaba e incluso lo escuché latir al ritmo del bombo que resonaba en el graderío.

Y así, sin más llegué ahí, a las tribunas del estadio. Jamás había visto a tanta gente junta, tantos colores. Todo era hipnótico. La cancha, la cancha era bella, una alfombra verde espectacular, que se veía mucho más grande que en la televisión.

Me quedé impresionado, creo que por varios minutos,  viendo a ese gigante de un lado a otro, de arriba a abajo. El ambiente festivo que había en ese lugar, el movimiento de las banderas, de la gente, los cantos, todo parecía parte de una coreografía perfectamente ensayada, aderezado con los ritmos de la barra que no paraba desde antes de haber entrado a la cancha.

Cuando pude reaccionar ya habíamos llegado a nuestros lugares, sin embargo yo seguía bajo el encanto de ese mundo, siempre con mi padre a lado que me explicaba paso a paso que pasaba dentro y fuera del campo.

Todo era nuevo para mi, pero también sabía que mi corazón, desde antes, pertenecía aquí, a esta cancha, con esta gente y a este equipo. Porque este entorno, está en mi desde esos domingos en casa viendo al equipo por Televisión.

Para mi este ya había sido un día perfecto. Conocer el estadio con mi papá fue lo mejor que me pasó hasta ese momento. Pero el destino nos tendría preparada una sorpresa más.

Al minuto 90 vino la locura, con el partido empatado nuestro equipo anotó el gol del triunfo, todo el recinto explotó en júbilo, al ver el tanto mi papá y yo nos fundimos en el mejor abrazo de gol que he tenido en mi vida. En ese momento saltamos y gritamos como dos amigos que festejan juntos. 

Aquella persona que a veces me decía que me comportara y que guardara silencio ahora me alentaba a cantar y a brincar para festejar ese gol.

De salida todo fue fiesta nuevamente, la gente salió contenta por la victoria. Pero yo salí más dichoso porque gracias a mi papá había encontrado un amor que jamás cambiaría por nada en el mundo y también afirmé mi cariño por nuestro equipo.


Comentarios

  1. Bonita historia, muy emocionante ha de ser el sentir la adrenalina que te deja esa experiencia de vivir por primera ves el juego de tu equipo.

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