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Luchar, luchar, luchar.

La brisa de la mañana veraniega pega en la cara de Diego. Es un soplo cálido que acaricia su rostro a la orilla del mar. Su mirada está fija en el horizonte, parece como si en esa línea que divide el agua y el cielo buscara algo, una cosa importante. El joven está de pie con las manos en los bolsillos del pantalón, no se mueve, solo admira la inmensidad del océano y se deja llevar por el murmullo de las olas. Se encuentra inmerso en lo profundo de las aguas oceánicas con una concentración absoluta.


Su reloj comienza a sonar, la alarma lo saca del trance. Inmediatamente reacciona, sacude su cabeza como si intentara regresar el alma al cuerpo y toma su maleta. Saca una caja y separa dos pastillas las cuales ingiere con un poco de agua. En ese momento también alista sus cosas para seguir su camino, sujeta sus tenis, los golpea para sacudir la arena acumulada y se los calza; desdobla su pantalón que había arremangado para que el agua no llegara a él y de sus bolsillos saca un papel que tiene escrito tinta de pluma azul: Te espero con amor en casa.


Cuando Diego lee el mensaje una sonrisa de esperanza se dibuja en su rostro, suspira y de inmediato pone de nuevo ese pedazo de hoja en el bolsillo, camina a la avenida donde lo espera un carro negro, abre la puerta de atrás y sube. El conductor, en todo momento, trata con amabilidad a Diego, le hace un par de preguntas para intentar romper el hielo pero él no responde, sigue pensativo y concentrado en sus reflexiones.


En su introspección, el joven se pregunta si la decisión de regresar a su hogar y refugiarse es la mejor para él. Comprende que no puede librar esta batalla solo. Sus dudas por dejar la ciudad y cobijarse en la costa son grandes. Tiene claro que esta idea puede ser la última carta que conserva para recuperarse y para rescatar todo o, gran parte, de lo que ha perdido física y emocionalmente. 


Aunque no es largo el viaje, el automóvil arrulla a Diego que se cae dormido en el asiento de atrás. Trasladarse desde la capital y los constantes razonamientos sobre su futuro y su recuperación lo agotaron, de modo que, no pudo resistirse y el cansancio lo vence. El trayecto no es muy largo, son pocos minutos de recorrido hasta su casa, pero aquel joven tiene encima varias horas de camino desde que partió con destino al poblado de Buenavista. 


Finalmente llegan a su destino y el conductor toca la bocina, el pitido despierta al viajero que de inmediato abre los ojos y observa la entrada de la casa. Alertados por el sonido del carro un par de perros comienzan a ladrar, parece que reconocen el ruido tan particular que hace el claxon de ese viejo sedán. Tras las notificaciones sobre el arribo del visitante, de la casa de zaguán negro sale una mujer que corre a toda prisa en dirección del vehículo. La mujer que corre es la madre del joven que esperaba impaciente el momento de reencontrarse con su hijo. La alegría por recibirlo es evidente, su sonrisa refleja una luz en su rostro; en sus ojos grandes y cafés se notan algunas lágrimas y sus manos tiemblan por la emoción de ver a su hijo frente a ella.


Cuando las miradas colisionan Diego queda paralizado, a él también lo invade la emoción. Es como si de una vez por todas pudiera relajarse después de todo el periplo que había pasado para llegar hasta allá. Es una energía que viene desde el corazón y atraviesa cada poro de su cuerpo. Esa sensación lo hizo esbozar una sonrisa y apresurar su salida del auto.


Apenas logra salir del coche y los brazos de su madre inmediatamente se abren para recibirlo. En ese abrazo, que dura un par de minutos, ambos se rinden ante las lágrimas. Diego se siente reconfortado y, por primera vez, en mucho tiempo se permite pensar que todo lo que está aconteciendo en su vida puede mejorar. Ahora percibe una esperanza para salir adelante y poner fin a todo el dolor que hay en su cuerpo y su mente.


Aún con muestras de cariño ambos caminan al interior de la casa. Ahí su madre dispuso las cosas para recibir de la mejor forma a su hijo. Su antiguo cuarto se encuentra listo para ser ocupado. Sus cosas están acomodadas de la misma forma que estaban el día que Diego salió de casa años atrás. La bandera de su equipo favorito aún cuelga en la cabecera de la cama y también está el afiche de la Selección Nacional Mexicana del Mundial del 94 que tanto le gustaba de pequeño.


Después de instalarse se dirigen a la cocina, Diego se sirve un poco de agua y se dispone a comer unas milanesas que su madre le había preparado. Este guiso, no lo recuerda aún, es su favorito. Su madre lo tiene muy presente y quiere darle la bienvenida con su comida predilecta. Ambos disfrutan cada bocado, no platican mucho, pero la señora no cabe de contenta al ver la cara de satisfacción de su hijo al saborear este platillo. Es un momento muy especial para ella porque habían pasado muchos años sin que ambos tuvieran la oportunidad de comer juntos en esa mesa.


A Diego se le empiezan a notar los estragos del largo y pesado viaje, sus ojos comienzan a cerrarse, los párpados le pesan. Él quiere estar un rato más a lado de su madre y se nota el esfuerzo que hace para no caer dormido en el comedor. Ella, que entiende la situación, lo invita a descansar, lo acompaña a su cuarto y lo deja solo para que pueda dormir una siesta que lo recupere. Los dos saben que tienen mucho que platicar, sin embargo lo primordial en este momento, es que él repose y recargue sus energías.


Por primera vez en mucho tiempo, el joven duerme profunda y plácidamente. Se sabe seguro al estar en el mismo techo que su madre. Esta pausa que toma es un respiro, una tregua de todo el mar de emociones y sensaciones que le han agitado su mente en los últimos días. Viene a él la esperanza de que todo mejore porque nada puede salir mal si cuenta con la ayuda de la mujer en la que más confía en este mundo.


Cuando despierta, recorre con la vista aquella recámara, la estudia con mucho detenimiento, examina cada rincón de esas cuatro paredes. En cada muro descubre pequeñas cosas; puede notar que ahí hay diplomas, fotos, medallas y trofeos. En seguida se levanta de la cama para ver más de cerca y a detalle cada elemento en esa pieza. Está fascinado por verse en algunas imágenes, por leer su nombre en varios reconocimientos o en un recorte de un viejo periódico. En este lugar está registrado cada logro que él ha conquistado. En esas paredes encuentra varias etapas de su desarrollo y muchos momentos que parecen felices.


Él se ve ahí, en casi todos los retratos, pero por más que se esfuerce en recordar algo en particular, no logra llegar hasta la parte del cerebro donde esas vivencias se alojan. En este momento su memoria es un lugar oscuro, perdido y apartado. Esas imágenes, que son la representación de cada una de las experiencias que ha vivido, no las logra descubrir en su mente. Su cabeza apenas le permite recuerdos a muy corto plazo, pero memorias e identidad se encuentran extraviados.


La madre observa cómo su hijo admira tantos reconocimientos. Se da cuenta del esfuerzo que hace para acordarse de cada uno de esos instantes. Al ver su dificultad por conseguir un recuerdo a ella le invaden las ganas de ayudarlo, aunque todavía no sabe cómo. Por el momento solo se acerca a abrazarlo profundamente para decirle que lo va apoyar y va a luchar con él para que pueda recobrar cada uno de esos recuerdos.


Ambos deciden sentarse todos los días para platicar las historias que había detrás de cada objeto en la habitación. Cada historia que escucha Diego lo sorprende y le admira; le emociona la pasión que pone su mamá en cada suceso para que éste sea descrito con lujo de detalle. Siente que su voz lo va guiando por cada uno de esos recuerdos, como si ella pudiera hilar en su mente instante por instante. Él prácticamente se traslada a cada situación, casi puede verse ahí. Pero en cuanto su mamá termina la crónica ese viaje, en muchas ocasiones placentero, se suspende y no consigue conectarse al recuerdo una vez más.


Sin saber qué esperar, pero convencido de cada palabra que, con fervor y devoción le dice su madre, Diego escucha atento cada historia, se aficiona a las narraciones que ella le brinda desde el fondo de su corazón. Él también desea corresponder a esa perseverancia y trabaja mucho para poder despertar a esa parte de su conciencia. Madre e hijo saben que recuperar la memoria no es un proceso sencillo, pero ninguno de los dos se quiere dar por vencido sin luchar, sin siquiera intentarlo.


Con el paso del tiempo, la mejoría física de Diego es indiscutible. Cada mañana aprovecha las bondades de vivir junto al mar para ejercitarse en la playa y mantenerse saludable. También usa esos períodos de tiempo para patear un balón, una pelota que según su madre era su favorita cuando él estaba pequeño. Cada vez que Diego manda el esférico al mar, las olas lo regresan a la orilla. Para él  es casi terapéutico mandar con fuerza y lo más profundo posible la bola al mar y mientras regresa a la playa, él contempla la inmensidad del océano.


Después de las sesiones de ejercicios, regresa a casa para estar con su madre. Es casi un hábito para él ayudarle a preparar la comida del día. Ambos disfrutan ese momento, se sienten acompañados y unidos. Incontables son las risas que comparten a la hora de preparar los alimentos. La complicidad que se produce en la cocina es, sin duda, el momento favorito del día para ambos. Porque en esos instantes no existe la falta de memoria, el miedo o la desesperanza, sólo están los dos en comunión y compartiendo el cariño que se tienen el uno por el otro.


Cuando la ceremonia de la comida concluye, su mamá siempre le cuenta una anécdota de la infancia, lo hace sin falta porque sigue creyendo que al escuchar sus historias Diego puede, en algún momento, hacer conexión con aquella parte de su cerebro que almacena todos esos recuerdos. Siente que dándole cada detalle de su vida, puede acordarse de  cada fragmento de su existencia.


Un día, después de los ejercicios y la comida, Diego se arma de valor y le dice a su madre  que le cuente sobre el incidente que lo tiene así, atrapado en la incertidumbre al no poder acordarse de nada. Su madre le había dado vuelta al asunto en varias ocasiones y, esta vez, no halla la forma de negarse. No le queda más remedio que acceder ante la petición y esperar que salga todo bien. Con la voz un poco temblorosa por la inseguridad de confesar ese momento decide comenzar a narrar el episodio.


Inicia revelando que Diego es un joven futbolista profesional que tiene poco saborear las mieles del debut en Primera, uno de sus más grandes sueños desde pequeño. En cada partido que él participa da de qué hablar con su juego, sorprende a propios y extraños, porque, con solo dos temporadas jugadas, ya ha marcado más de diez goles y en su tercer curso tiene su inicio es el más prometedor para un futbolista de diecinueve años, pues ha conseguido cuatro tantos en seis partidos, todo un récord para alguien de su edad. Incluso le menciona el rumor de una posible convocatoria a la Selección Nacional para el famoso torneo Esperanzas de Toulon en Francia.


Sin embargo en un partido de la fecha ocho del campeonato local, dentro del marco de uno clásicos más pasionales de la capital, donde ambos conjuntos llegan invictos al juego y definían al líder de la competencia. Se enfrentaban la ofensiva más goleadora, encabezada por Diego, contra la defensa más sólida de toda la Liga.


Su madre le describe el encuentro. Le dice que el partido desde el inicio de juega con mucha intensidad, que su equipo busca ofender desde el primer minuto y que el rival se defiende con todo lo que puede. Ninguno de los dos conjuntos da tregua, ambos apuestan por imponer su estilo de juego. Ella remarca que el primer conjunto en anotar es el visitante, pero antes de que termine la primera mitad Diego consigue el tanto del empate.


Ese es el primer momento en el que la voz se le quiebra porque después de rememorar el gol, que la llena de orgullo, viene a su mente el festejo de su hijo, que siempre que anota besa su muñeca derecha para dedicarle el gol. Diego también se emociona al saber que había podido marcar en un juego tan importante y que tiene un festejo de gol que comparte con su madre.


El partido es detallado de forma fluida por la madre de Diego, hasta que llega el momento dónde necesita más fuerza para precisar lo que sucede. Con ojos apunto de las lágrimas menciona que en el minuto setenta, en un tiro de esquina Diego intenta defender su marco al despejar el centro con la cabeza, pero en ese mismo instante el delantero rival llega por el balón y se produce un choque de cabezas. Diego cae noqueado, con las manos rígidas por la fuerza del golpe. Esta es la segunda ocasión en la que la madre tiene que hacer una pausa para tomar fuerza y poder continuar. La voz no le responde y las lágrimas aparecen al revivir la angustia de ese momento. La imagen de Diego en el pasto, inconsciente e inmóvil, con un hilo de sangre que de inmediato corrió a través de su mejilla le impide seguir con el relato.


Después de tomar un respiro y tranquilizarse reanuda su crónica. Menciona que todo el estadio se queda en absoluto silencio de la impresión que causa el choque. Todos los que son testigos de ese impacto saben que es algo más que un simple choque de cabezas. Las asistencias entran inmediatamente para revisar a Diego que tiene que ser auxiliado por los doctores y es trasladado directo a la ambulancia para partir directamente al hospital.


Su mamá le explica que ella observa el incidente a kilómetros de distancia en la transmisión de televisión. Le describe cómo el choque la sacude de inmediato, como queda petrificada cuando ve a su hijo inmóvil en el piso.  Le platica que lo único que piensa en ese momento es trasladarse lo más rápido posible a la ciudad para estar con él. No sabe explicar cómo llega al hospital en tan pocas horas, pero no se aparta de ahí en ningún momento, día o noche, siempre se mantiene a su lado sin descansar y pendiente de él.


Cuando Diego escucha sobre la colisión, se toma de inmediato la cabeza y siente su cicatriz del lado derecho, esa es la marca de la operación que aún está reciente, siente que la herida aún palpita y unas lágrimas se le escapan de los ojos. Él toma fuerte la mano de su madre y ambos se miran profundamente, no saben qué más decir, no encuentran palabras para seguir en ese momento.


Los dos tienen una cosa clara, la única forma de salir de esa situación es estar juntos y muy unidos. Esa unión y esa fuerza es la que les brinda la esperanza para salir adelante, para no rendirse, para luchar y para combatir ese mal momento. En ningún instante pasa por su cabeza darse por vencidos porque son una familia que lucha día a día, se alimentan de la adversidad y aprenden de las situaciones más complicadas.


Después de conocer por qué tiene su memoria extraviada, deciden redoblar esfuerzos con la idea de salir lo más rápido posible de esa amnesia. No pierden la esperanza que en algún momento ese trabajo rinda frutos para que su memoria hile las historias que con tanto amor le comparte su madre.


Diego sale a ejercitarse una tarde, el clima no es el mejor, pero él no quiere dejar de trabajar un solo día para mejorar. Él busca mantener su estado físico para que, desde un cuerpo en plenitud, el trabajo mental también surta efecto. Su madre le advierte que esas nubes negras y tan cargadas que se ven en el cielo son el presagio de una fuerte tormenta. Él le pide que no se preocupe, le dice que piensa hacer un poco de trabajo físico en la playa, patear un rato balón y regresar pronto.


Cuando llega la playa se da cuenta que el mar se sacude de forma impetuosa. El aire  derriba algunas de las banderas rojas que los guardavidas ponen para advertir lo peligroso del mar en ese momento. Las olas se levantaban como paredes de agua y los rayos presagian la inminente tormenta. Aún así decide realizar sus ejercicios, un poco de trote, algunos estiramientos y ejercicios de fuerza que los médicos le habían indicado.


La tormenta está apunto de desatarse, así que Diego se apresura para poder eludir el temporal, sin embargo no desea irse sin patear un poco el balón. Ese ejercicio es una especie de meditación que no está dispuesto a abandonar. Por la premura solo piensa en hacer solo un par de lanzamientos y tomar el camino de vuelta a casa.  Aunque no cuenta  con que una ráfaga de aire que combinada con un mal impacto lleva al balón mucho más profundo de lo que planeaba. El esférico se queda atascado en una formación de rocas a unos cuantos metros de la orilla. Ahí se forma una especie de poza que, cuando el mar está en calma, se usa para nadar tranquila y apaciblemente.


Con el violento sonido del romper de las olas como fondo, Diego se aproxima con mucha precaución por su balón. Hay truenos estridentes que cimbran la tierra, pero él solo piensa en tomarla pelota y salir de ahí tan pronto como pueda. El esférico  que está a escasos dos metros de él, se agita por el bamboleo del mar implacable, sin embargo llega al balón de forma sencilla y parece que logrará salir sin inconveniente.


Súbitamente un trueno hace retumbar la tierra, la tormenta está en su punto más álgido. El agua dentro de la poza se agita bruscamente e impide a Diego mover sus pies, parece que algo lo jalara al interior de ese pozo. Él intenta nadar pero no puede librarse de su atadura.  A pesar de intentarlo con todas sus fuerzas, es arrastrado por el mar. La potencia  aterradora de las olas lo llevan al fondo. Diego trata de resistirse a ser tragado por el mar, lucha mueve sus brazos, patalea, no obstante nada evita que el agua lo haga su presa. Sus energías poco a poco lo van abandonando, los músculos se ponen rígidos, el cuerpo ya no le responden como quisiera y sus pulmones están apunto de colapsar.


La tormenta arrecia, la lluvia, el aire, parece que todo se sale de control en la playa. Da la impresión que es cuestión de tiempo para que se desate la fatalidad. Los ojos de Diego comienzan a cerrarse, está a punto de desfallecer, de dejarse vencer. Siente que no hay ninguna salida, está prácticamente inmóvil, a merced de la furia desbocada del mar.


En el último segundo y de forma inesperada una ráfaga de adrenalina cruza su cuerpo desde la punta de los pies hasta la última fibra de su cabello. A él llega la voz de su madre contándole las historias de su niñez, diciéndole que nunca se rinda por más complicado que parezca el panorama, que siempre debe seguir luchando a pesar de todo, no importa si parece imposible, la lucha lo puede convertir en realidad. De la misma forma se dejan ver uno a uno los recuerdos que tenía extraviados, cada palabra que rememora empata perfectamente con las imágenes que regresan a su memoria, ahora todo se ve a color y se reconoce en cada instante. Es como si cada pieza que ella puso en su cabeza se acoplara en su cerebro y encaja en el lugar correcto.


A su mente viene el recuerdo de que su madre nunca desfallece ante ninguna situación. Admira, desde siempre, la fortaleza que muestra en cada momento, la forma en que no se rindió ni un solo instante en su recuperación. Aunque en ocasiones parecía imposible que regresara de su amnesia, su mamá batalló día a día para que lo imposible se volviera realidad. Con ese ejemplo de temple y fortaleza, Diego saca fuerzas de su interior y como si le llegara un segundo aire, decide darle batalla al descontrolado mar. 


Ahora esa energía mezclada con fuerza y la alegría de recuperar su memoria, le brindan el coraje para intentar salir del agua con nuevos bríos. Piensa que su vida siempre ha sido una lucha constante y, de nuevo, está batallando, ahora por su vida.  Cuando logra tomar control de su cuerpo, libera sus pies del fondo y empieza a nadar a la superficie. No es algo sencillo, pero después de lidiar con el mar se logra sujetar de una piedra y por fin toma una bocanada de oxígeno.


Con sus últimas fuerzas logra llegar a la orilla. El balón no tiene tanta suerte y se pierde entre las olas. Sin embargo Diego salva la vida y salva su memoria. La tormenta empieza a ceder, lo peor del temporal ha pasado y  él puede retomar el aliento a lado de un tronco que cayó por la fuerza intensa del aire. De nuevo está contemplado el mar, primero con la intención de buscar aquella pelota que ya no verá más y después se queda sumergido en la inmensidad y la ferocidad de esas aguas.


Ahora que recuerda todo y ya recuperado del susto, no ve la hora de llegar a su casa. Se incorpora y aprieta el paso para estar con su madre lo más pronto posible, quiere abrazarla con todas sus fuerzas y contarle que gracias a su esfuerzo, a su lucha, a su insistencia, su memoria y su identidad están con él una vez más. Desea decirle que su tormenta personal ha terminado, que todo es más claro gracias a la lucha, al amor y a la paciencia que ella le ha brindado.



Comentarios

  1. Hermosa historia Juan!!! me atrapó de principio a final...para el personaje de Diego lo que comenzó como obstáculo terminó siendo el empujón que necesitaba para no rendirse; justo así deberíamos de tomar las pruebas que se nos presentan ocuparlas como gasolina para impulsarnos y seguir adelante también el valorar y agradecera todas aquellas personas que nos alientan a continuar y cumplir con nuestras metas a lo largo de nuestras vidas.

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