Cuando era niño siempre fue mi sitio favorito. El estudio de mi abuelo es, hasta ahora, un espacio dedicado al futbol y a su memoria. Cuadros, periódicos, fotografías, medallas, trofeos y libros hacen de este sitio el lugar con más felicidad y nostalgia de mi vida. Con solo abrir la puerta un aroma particular te golpea, si el balompié tuviera esencia sería el olor de ese estudio. Es esta sustancia aromática la que me transporta a los días de mi niñez y quizá a los momentos más felices de mi existencia.
Todos los fines de semana que llegaba a su casa lo primero que quería hacer era subir las escaleras, abrir la puerta y encontrarme con mi abuelo. Él regularmente estaba leyendo su periódico como esperando a que lo interrumpiera para hablar de lo que más nos gustaba, de eso que tanto nos apasionaba, el futbol.
A ese señor le aprendí mucho de lo que ahora sé del balompié, pero lo más importante, mi abuelo me enseñó a amar a este deporte con pasión, con ese sentimiento que solo los que han crecido junto a una pelota pueden entender.
De su voz escuché, por primera vez del “Campeonísimo”, aquellas Chivas que dominaron el fútbol mexicano en los años 50 y 60. Por él también conocí la leyenda del Necaxa de “Los once hermanos”, un equipo que jugaba por nota. Manejaban la pelota de una forma tan efectiva que hasta con los ojos cerrados se entendían.
Siempre me sorprendió la buena memoria de mi abuelo, todas sus historias tenían detalles casi fotográficos: nombres, apodos, alineaciones, minutos de goles; era como vivir esos momentos por primera vez. En cada relato te contagiaba su pasión, su alegría, su felicidad por compartir esas historias que un día a él le contaron y también las que él vivió.
Quizá por eso soy así, por eso amo el fútbol, por eso también me emociona contar lo que él me ha dicho y lo que yo he visto.Trato de ser tan bueno como mi abuelo, sin embargo él es único y sus historias siempre sorprenden.
Desde que tengo memoria hubo un lazo especial, pero de alguna manera hablar del futbol nos mantenía aún más cerca, cada que compartía una anécdota sentía que ese vínculo se volvía más y más fuerte. A pesar de que iba creciendo, encontraba en mi abuelo una guía, un mentor. Como diríamos en términos futbolísticos: Un capitán.
Recuerdo la historia que más me emocionaba y que a él le fascinaba contar, era la de la final del campeonato en 1977. El primer título de Pumas; puede ser porque ambos amábamos al equipo, de hecho por esa narración yo soy seguidor del Club Universidad. Mi abuelo, sin saberlo me dio el mejor de todos sus regalos, el amor por los colores azul y oro.
El relato invariablemente lo empezaba así: … -“Hijo, era 3 de Junio de 1977. Pumas, ¡nuestros Pumas! jugaban por el campeonato. buscaban el primer título de su historia”- ... y se lanzaba a narrar como nuestro equipo consiguió su primera estrella.
Aún recuerdo la alineación de memoria: Enrique Vázquez; Genaro Bermúdez, Vázquez Ayala, Iturralde, Sanabria; “Pareja” López, Spencer, Cuéllar, Cándido; Muñante y Cabinho.
Ese era un equipo que siempre lo conmovió, aquella temporada fueron líderes generales, una ofensiva que hacía goles de todas las formas posibles y hablaba maravillas de un chico que despuntaba llamado Hugo Sánchez.
El partido por el título ante la U. de G. fue, según mi abuelo, uno de los juegos más cerrados y apretados en la historia del fútbol mexicano, hasta que en el minuto 77 Leonardo Cuéllar inició una jugada que quedará marcada. Con un trazo largo aprovechó la altura de Spencer Coelho quien de cabeza prolongó el servicio, dejando a ‘Cabinho’ solo frente a la portería de los Leones Negros. El brasileño no dudó, sacó un disparo potente que cruzó al portero. De pronto todo el estadio era un sólo grito, Evanivaldo Castro había marcado el gol del triunfo. Goyas y porras empezaron a sacudir las entrañas del Azteca. Los Pumas levantaron, aquella tarde de 1977, su primer título de liga.
Hoy en día no es fácil acordarse de esas cosas, la tristeza me invade cada que evoco esos momentos. La sonrisa de mi abuelo, esa que tenía cada que me contaba esta historia ha desaparecido. El cerebro le jugó un mal partido y está perdiendo su memoria, esa memoria privilegiada hoy parece que llega a su límite. Aún tiene tiempos de lucidez, pero ya son pocos los momentos en los que estamos conectados. A veces sus ojos me ven como un extraño y difícilmente se acuerda de mi nombre o el nombre de alguno de la familia. Se nota en su mirada que intenta, que se esfuerza por recordar caras, gestos o quién le habla, pero termina haciendo rabietas por la impotencia de no tener referencia de nada.
El Alzheimer se ha apoderado de él y va consumiendo poco a poco esa prodigiosa mente. Cada instante pierde más recuerdos y más historias. Las fechas se le vuelven confusas, no recuerda al “Campeonísimo” o a “Los once hermanos”. Entre tratamientos y salas de hospital poco tiempo queda para el periódico o para leer un libro.
Aún así trato de reanimarlo, ahora soy yo quien le cuenta esas historias, procuro ser tan detallado como él. Pongo toda mi energía en repasar cada anécdota que me dijo. Intento acercarme a él como un día se acercó conmigo, deposito mi corazón en esas canchas para que mi abuelo se acuerde de mi. Desafortunadamente no logro tener éxito, sin embargo lo sigo intentando con sus historias, con mis historias, con lo que un día nos mantuvo cerca. El futbol.
Ahora, vamos para su casa. Después de que los doctores dijeron que no podían hacer más, con lágrimas en los ojos, trato de platicarle del partido de hoy, de cómo va nuestro equipo y que sería bueno regresar al estadio una vez más. Él me dice que sí, quizá más por una cortesía que por tener claro de qué se trata la charla.
Llegamos, entramos y subimos con dificultad las escaleras. Parece que no se siente cómodo, no recuerda que acá ha estado casi toda su vida. Nos dirigimos a su recámara, no obstante algo nos impulsa al estudio. Nos acercamos como si fuera nuestra decisión, abrimos la puerta y de nuevo ahí está ese olor, el de hace años.
Se respira el fútbol por todo el lugar, la luz que entra entre las cortinas, parece que ilumina el cuarto. El aroma nos llena a los dos, de pronto los ojos de mi abuelo se abren, como si después de esa bocanada hubiera recibido un golpe, su memoria parece regresar, me aprieta la mano, me ve los ojos y sonríe. De la nada se llena de vida y me empieza a platicar: …”Hijo, era 3 de Junio de 1977. Pumas, ¡nuestros Pumas! jugaban por el campeonato, buscaban el primer título de su historia”...
Comentarios
Publicar un comentario