Cuándo el equipo tricolor fue colocado en el mismo grupo del Mundial Rusia 2018 con Alemania (vigente campeón del mundo), Suecia (semifinalista en dos ocasiones) y Corea del Sur (Cuarto lugar en 2002) las probabilidades del conjunto mexicano para pasar la fase de grupos, según los expertos, eran cercanas a cero.
Los comentarios previos al primer partido ante los teutones pronosticaban lo peor. Muchos analistas se preguntaban: ¿Cuántos goles recibiría la selección?
Algunos proponían entrar con un cuadro alternativo, ya que la expectativa de derrota era prácticamente segura, otros recordaban que los germanos no habían perdido en un juego de debut por Copa del Mundo desde el 82 y la mayoría señalaba, con firmeza, que los nuestros nunca habían derrotado a Alemania en un partido mundialista. Simplemente, las estadísticas y las probabilidades presagiaban una derrota escandalosa del representativo nacional.
Así llegó México a su presentación al Estadio Luzhniki, como víctima segura. Desde antes del encuentro el ambiente era de fiesta, muy distinto lo que se esperaba. Los aficionados aztecas hicieron retumbar las entrañas del inmueble en la ceremonia de los himnos, las notas del canto mexicano sacudieron el entorno y decretaron la primera victoria en el encuentro.
En la grama de Moscú la sorpresa fue verde, también. El Tri salió dispuesto a sacudirse las probabilidades, la historia y sus demonios. Fue el conjunto de Juan Carlos Osorio el que dictó la forma en la que se desarrollaría el partido, propusieron un juego donde la velocidad y el fondo físico serían los factores fundamentales para desconcertar a La Mannschaft. Los bávaros se vieron sobrepasados, México fue dueño del centro del campo, en ese sector Herrera gobernó en todo momento. Los latigazos que mandaba al frente ponían en predicamento a la zaga germana.
El Tri llegaba, sofocaba y avasallaba a sus contrarios, todos los jugadores corrían al mismo ritmo e impedían que Alemania se sintiera cómoda en el césped moscovita. En cada contragolpe el Tricolor se mostraba peligroso, la rapidez de Lozano y Vela no encontraba respuesta.
Y fue así, a velocidad y en contragolpe, que el seleccionado mexicano encontró la llave del gol. Héctor Herrera robó un balón en campo propio, lo cedió a Chicharito quién lo pasó a Lozano, el Chucky recortó con frialdad a Özil y tiró para vencer a Neuer.
Los dirigidos por Löw no podían reponerse del golpe, los aztecas fueron superiores en todo el primer tiempo, por momentos el juego tenía visos de baile y si hubiera llegado un poco más de pólvora a la delantera mexicana el marcador hubiera sido un poco más abultado.
Es imposible que los Alemanes se den por vencidos sin pelear y no pretendían dejar que México accediera a la victoria tan fácil. Así fue cómo el técnico bávaro mandó al terreno de juego a Marco Reus, el jugador del Dortmund comandó los ataques a la portería de Ochoa, que sin embargo, jamás estuvo en peligro inminente.
En la segunda mitad los mexicanos se refugiaron en su mitad de campo, sufrieron ante los embates de los germanos quienes, conforme pasaba el tiempo tomaban más riesgos defensivos en pos del empate. El Tri pudo aumentar su ventaja en los pies de Layún y el Chicharro pero les faltó el último pase para sentenciar el encuentro.
Los alemanes terminaron el partido desordenados y desesperados, llenando de centros a la defensa mexicana. Tanto era el afán de empatar el encuentro que Neuer llegó para rematar un tiro de esquina en las postrimerías del encuentro.
Tras 93 minutos de juego México se quedó con la victoria, sorprendió a Alemania y al mundo. Desafío la lógica, se opuso a lo imposible y convirtió la ilusión en realidad. Los mexicanos se sacudieron las probabilidades y demostraron que cuando una pelota rueda todo, absolutamente todo es posible.
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