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La Primera Vez de la Última Vez

Antes de ese disparo nunca había pensando en qué debería hacer con esta sensación, en mi vida había anotado un gol y hasta ese día logré saborear de ese néctar tan alegre. No es que fuera un mal jugador, al contrario, siempre aportaba al conjunto, me sacrificaba por el equipo e intentaba sumar desde mi lugar, sin embargo el contacto con la meta enemiga no era uno de mis puntos fuertes.

Dudé mucho, después de ver como entraba el balón en la portería vacilé en festejar, tuve que voltear a ver al árbitro un par de veces para cerciorarme que había validado mi anotación; con la mala suerte que cargaba, seguro pitaba un "orsai" en vez de dar por bueno mi gol. Afortunadamente no hubo fuera de juego, ni ninguna falta que empañara mi encuentro con la alegría del tanto anotado, así que pude darle rienda suelta al júbilo que invadía cada centímetro de mi cuerpo.

Recuerdo perfectamente cómo se generó la diana; nunca se me borrará de la mente, es de esas jugadas que sueñas todo el tiempo. Nuestro defensa, robó el balón después de un tiro de esquina en contra, inmediatamente sirvió el esférico a Luis, el diez del equipo (uno de los mejores jugadores que he conocido, siempre se caracterizó por el control y la precisión en su juego. Él era mi mejor amigo en el campo y fuera de él, era muy cómodo jugar a su lado, nos entendíamos hasta con los ojos cerrados) con una finta y sobre la banda se quitó a dos contrarios con una destreza y soltura dignas de los mejores medias puntas del mundo.

Incrédulos por lo que les pasó, los rivales intentaron cometer la “falta táctica” para cortar la jugada, sin embargo Luis ya estaba demasiado lejos de ellos. Con el campo abierto, por delante solo quedaba un oponente más entre el portero y mi amigo.

A un costado, yo pretendía seguir la jugada a toda velocidad, quería ser opción para "jalar la marca" y facilitar la tarea de nuestro jugador estrella. Era muy difícil darle alcance a la contra, las piernas no me respondian como yo esperaba, el cansancio y el calor del clima citadino de medio día hacían mella en mí.

No podía creer lo veloz que era Luis, correr de esa forma en los minutos finales de un juego por el campeonato dejaban claro su deseo de triunfo. Pensé que tenía que sumar también y redoblar mi esfuerzo, porque yo igualmente estaba ansioso por ganar el encuentro, alzar la copa y gritar campeón con todos mis amigos de la infancia.

Así, con el título en la mente, saqué fuerzas de flaqueza, puse mi corazón en esa carrera y conseguí llegar a la jugada para tener ventaja de dos contra uno. Luis aprovechó mi movimiento y fue directo al único jugador que defendía en ese momento, con una “bicicleta” dejó sembrado al rival, no le costó trabajo pasar de él. Parecía que mi empeño por ser opción de pase sería solo eso, el ahínco de generar una alternativa a otro desenlace en la jugada.

Todo parecía resuelto, Luis era infalible en el mano a mano, no recordaba la última vez que falló una oportunidad parecida. Mi posición en el campo parecía la mejor para disfrutar la definición de mi compañero, bajé la velocidad y me dispuse a observar cómo terminaría la jugada. Aposté conmigo a que intentaría una “vaselina”, aunque no descartaba su clásica “finta” al estilo Carlos Pavón Plummer, aquel delantero hondureño que jugó en México a mediados de los noventa en equipos como Celaya o Cruz Azul.

Entrando al área, en ese preciso instante, Luis levantó la mirada, observó el panorama de la cancha y me ve ahí solo, de frente al marco, con un movimiento de ojos me señaló dónde pondría la pelota, justo por delante del punto penal. Yo entendí perfectamente el gesto y me moví de forma lateral para evitar una posición adelantada. El portero se jugó todo en la salida y se aventó con la intención de parar a nuestro diez. Justo una décima de segundo antes de ser arrollado por el cancerbero, mi amigo me pasó el balón, me dejó el gol prácticamente servido. Éramos solo el balón, la portería y yo.

Quería terminar la jugada lo más rápido posible, pensé en tirar de inmediato, en cuanto tuviera al alcance el esférico, no obstante un defensa logró reponerse, pretendía tapar mi disparo con una "barrida". Al momento de sentir al oponente cerca fui en busca del balón, lo controlé y frené la carrera pisando el esférico, el defensivo no pudo ponerle un alto a su movimento y pasó de largo. Ese gesto técnico me situó en la boca del gol,  una circunstancia a la que no estaba había llegado jamás.

Únicamente quedaba empujar la de gajos para culminar un contraataque de libro, de esos que solo salen bien en los entrenamientos; una jugada que firmaría hasta el Barcelona de Pep Guardiola. No pretendía desperdiciar tan bella postal como la que habíamos generado, así que junté todas mis fuerzas y disparé. El balón fue tomando camino a la portería contraria y también fue inundando de alegría mi alma, el gozo me empezó a invadir cuando pude ver como la red se estremecía por una anotación en la que yo era el protagonista.

Inicié la carrera del festejo, tal como mencioné antes, tuve que voltear para ver al “referee” y corroborar que esa anotación, la primera en mi vida, era válida. Cuando el juez señaló el centro del campo mi corazón ya era un hervidero, se llenó de júbilo. Era un placer indescriptible, toda esa energía recorría cada centímetro de mi ser. No sabía cómo festejar así que solo corrí buscando a mis amigos para fundirnos en un abrazo y hacerlos partícipes del gozo de compartir con ellos mi primer gol, ese tanto que valió el poder levantar el trofeo de campeón.

Es estremecedor que después de una gran jugada uno pueda tener tantas emociones, porque al final de cuentas el gol es la suma de todo. Es reunir el esfuerzo del equipo, es el sufrimiento de cada entrenamiento, son las horas invertidas en la preparación, son los viajes largos, son los buenos amigos, son los malos compañeros, es también, ese conjunto de fallas que nunca olvidarás. Cada momento transcurrido es vertido en ese rugido liberador que te llena de energía  y de alegría.

Recuerdo que muchas veces imaginé marcar el tanto ganador en los últimos instantes de un partido, pero confieso que nunca soñé que anotar un gol así desencadenaría una alegría que me trascendiera y se multiplicara en cada uno de mis compañeros, creo que ese tipo de sentimientos son los que nos acercan como seres humanos.

Observar la felicidad de mis amigos me producía un sentimiento indescriptible. Con nadie anhelaba ganar tanto un campeonato que con este grupo, todos me recibieron muy bien cuando llegué aquí hace casi un año. Luis ni se diga, fue él quien me adoptó como un hermano, siempre le estaré agradecido por cómo me cobijó cuando recién arribaba a la escuadra y también le agradeceré que me haya puesto en esta situación, la de saber cómo se siente festejar un gol.


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