Ir al contenido principal

El Gol Más Bello

Quizá levantarse un domingo para trabajar nunca fue tan placentero como ese día para Martín, es muy probable que aquella mañana de mayo fuera la única que no le representó dificultad salir de casa para laborar. No porque otras ocasiones sufriera o no le gustara su empleo, simplemente prefería que esos días fueran para quedarse en su hogar y poder disfrutar de su familia.
La emoción lo dominó la mayor parte de la noche, casi no pudo dormir. Aún así, cuando sonó la alarma del despertador, se levantó con mucha energía, realizó su rutina mañanera con ánimo, se calzó su uniforme y después de desayunar con los suyos y como parte de su cábala, rezó de la mano de sus hijos y de su esposa, después se despidió efusivamente de ellos y salió a trabajar.
De camino a la comandancia se sentía contento, su semblante era una mezcla de felicidad y nerviosismo. No podía ocultar que ese era un domingo distinto, sin embargo, trataba de esconder sus emociones; su ética personal no le permitía hacer notar sus sentimientos. En el cuartel, sus compañeros bromeaban con él, sabían el motivo de su inquietud. Para nadie era un secreto que Martín se caracterizaba por ser serio y profesional cuando estaba en servicio.
Como policía, siempre formaba parte de los operativos que realizaban las autoridades cuando había partido en el estadio de la ciudad y este domingo no sería diferente. Lo distinto es que el equipo de la localidad, del cual es fanático Martín, llegaba a la final después de 20 años. 
Ese encuentro representaba la oportunidad de ver campeón al conjunto de sus amores por segunda vez en toda su vida. Esta escuadra nunca había estado tan cerca de levantar el título como en aquella ocasión.
Era un juego catalogado como de "alto riesgo". La final se disputaba ante el rival "clásico", un cuadro de la ciudad vecina que era totalmente antagónico al local. Ese equipo gozaba de gran fama nacional, continuamente salía campeón y deslumbraba con contrataciones de jugadores de renombre en cada torneo, un poderoso dentro de la Liga del país.
El ambiente previo a la definición era tenso. Desde su llegada al estadio, Martín notaba a la gente más impaciente de lo normal, aunque había un marco festivo, el nerviosismo de los aficionados locales era evidente. Así, con esa tensa calma transcurrían las primeras horas de su trabajo, con el operativo policial tranquilo, sin embargo, conforme se acercaba la hora de la patada inicial los tumultos aumentaban.
Su encomienda principal era hacer guardar el orden al arribo de la barra local, como era de esperarse, se hizo presente más aficionados que en otras ocasiones, algunos fanáticos tenían boletos de otra sección del estadio por lo que, había que controlar su ingreso y redirigirlos a otra entrada. Otros, los más temerarios, no contaban con localidades para la final del campeonato y debían ser retirarlos del recinto. Esa no era una tarea sencilla, había hinchas radicales que tenían como objetivo entrar a toda costa y al ser rechazados, se violentaban, se iban contra los uniformados. Primero con insultos, luego pasaban a las agresiones. 
Esta situación generaba una sensación extraña en Martín, porque debía aguantar las ofensas de fanáticos que apoyaban al mismo equipo que él. Siempre pensó que si ellos supieran que hinchaban por los mismos colores quizá su comportamiento fuera diferente, sin embargo comprendía que ese tipo de seguidores no entendían de ninguna razón.
Cuando su trabajo en el acceso llegaba a su fin, la segunda tarea de Martín era brindar auxilio y vigilancia a la tribuna, debía estar atento a lo que sucedía en la grada por lo que tenía prohibido observar otra cosa que no fuera  el público y su comportamiento. Debido a esto, se trasladó a la tribuna, entre la gente se abrió paso para ocupar su lugar. En ese trayecto se percató que el ambiente en el interior del recinto era sorprendente, el colorido de este clásico resultaba único, los cantos, las banderas, los papeles, nada faltaba en esta fiesta.
Ya en su lugar, y sin la posibilidad de voltear a la cancha, el partido entraba en sus primeras acciones. Su instinto le había enseñado a reconocer ciertos comportamientos de los aficionados por los cuales podía darse cuenta como se daba el trámite del juego. No obstante, al tratarse de un encuentro por el campeonato, en todos los rostros se notaba tensión, las personas se mordían las uñas, se tapaban los ojos y se mecían los cabellos. De esa forma era complicado descifrar cómo transcurría el cotejo.
A tan solo 15 minutos de iniciar el encuentro el silencio se apoderó de la parcialidad local, los gritos se escuchaban a lo lejos, en la cabecera visitante. Era el festejo de gol que ponía abajo al equipo de casa. Nadie en el estadio daba crédito de lo que estaba pasando, la fiesta ahora se convertía en sufrimiento, no se esperaba que el partido de inclinara de un lado tan rápido.
El tiempo transcurría, el estrés se apoderaba de los locales. Martín lo padecía igual, no poder voltear a la cancha era una doble penitencia. Daba la impresión que los visitantes, con su gran experiencia, manejarían el partido a placer y no tendrían problemas en salir con la victoria en ese partido.
Faltaba un cuarto de hora para el final, un murmullo puso alerta a Martín, el cuchicheo era cada vez más intenso. Era evidente su equipo tenía el balón y se acercaba peligrosamente a la meta rival. El bullicio aumentaba de decibelios, de pronto al sacudirse la red enemiga se escuchó un estallido, gritos de júbilo por todos lados, el enfrentamiento se había igualado. 
El alma le volvió al cuerpo a Martín, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro que inmediatamente volvió a su gesto serio. Después de esa anotación la afición volvió a animar, volvió a hacerse sentir y principalmente volvió a creer. Ese envión anímico no pararía, todos sabían que el encuentro podía darse vuelta. Con el estadio volcado, los dueños de casa buscaban la victoria, no querían que la final se fuera al alargue. Preferían terminar todo de una vez.
En las postrimerías del encuentro un tiro de esquina era la última opción para los locales, en ese saque se jugaban el todo o nada. Martín sospechaba que algo histórico podía suceder, moría de ganas por voltear, pero en ese momento se sentía aliviado de no poder hacerlo, no sabía si quería o no observar ese desenlace.
La expectación cubrió el estadio, solo se escuchó el silbato del árbitro que indicaba la reanudación. El tiro de esquina fue ejecutado, la pelota viajaba con rumbo del área, en la tribuna la gente se abrazaba para observar esta jugada, las caras de nerviosismo eran más evidentes ahora.  El balón era un rechazado por un defensa, parecía que el peligro pasaba para la visita, pero el despeje quedó justo en el borde de los 16.50. Ahí, sin pensarlo, el delantero conectó el esférico y como guiado por la voluntad de todo el estadio se incrustó en el ángulo derecho.
Los festejos no se hicieron esperar, las banderas ondeaban en el viento, los aficionados se abrazaban, gritaban y festejaban. No importaba si se conocían o no compartían esa alegría indescriptible que significa meter el gol al noventa.
Martín no era ajeno a este festejo, nuevamente esbozó una sonrisa, sin que nadie lo viera apretó el puño, luchó por no llorar de la felicidad, pero una lágrima alcanzó a recorrer su mejilla. Ahí estaba, gritando el gol en silencio, de espalda a la cancha, como marco del campeonato del equipo de sus amores.
Esa anotación era un tanto que nunca quiso ver, pensó que no valía la pena observar alguna repetición, porqué ninguna le haría sentir lo que experimentó aquel domingo. Siempre recuerda ese gol que no vio como el más bello que le haya tocado presenciar.


Comentarios

  1. Buena historia...nunca he ido a un partido de fútbol y tu narración me transportó en tiempo y forma a vivir esa experiencia, felicidades.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

El futbol Es Un Pretexto

La parcialidad local enardeció, el estadio entero era un hervidero, rugía; la gente se quejaba amargamente y lanzaba infinidad de vituperios con dedicatoria a la madre el colegiado. No podían creer que el nazareno se haya atrevido a sancionar esa entrada como una pena máxima y mucho menos en tiempo de compensación. Los aficionados más radicales amenazaron con entrar al campo de juego y saldar por su cuenta esa afrenta. Este partido definía al campeón, ambos equipos estábamos igualados en puntos, pero el empate les aseguraba a los dueños de casa la copa y el festejo del monarca. Se jugaba el minuto 93 y el marcador se encontraba igualado a dos tantos. Si hacíamos efectivo el tiro penal, la gloria de la vuelta olímpica sería para nosotros. En ese tiempo, ser campeón de un torneo tan complicado podía considerarse como una hazaña, sobre todo para un equipo como el nuestro, éramos cuadro que no tenía como prioridad luchar por el título, nuestro objetivo fue siempre salvar la categoría,

Diego Armando Maradona

Solo fueron once segundos. ¿Qué es lo que puede pasar en el mundo en tan solo once segundos? Muy pocas cosas quizá, pero el 22 de junio de 1986 pasó algo, algo indescriptible. Ese día supe lo que para el futbol significaba el nombre de Diego Armando Maradona. Hasta ese día poco reconocía acerca del balompié. Yo era un niño al que le gustaba el deporte, pero no conocía más allá de mis héroes locales. La fiebre mundialista me había orillado a ver cada uno de los encuentros de la decimotercera Copa Mundial de Futbol, la segunda que se disputaba en suelo Mexicano.  Recuerdo que vi aquel partido en una televisión en casa de mis abuelos. Tenía pocas ganas de ver el encuentro ese domingo, porque un día antes los alemanes habían derrotado a la selección mexicana y mis emociones todavía no se recuperaban de esa tragedia. Yo pensaba que tardaría mucho tiempo en volver a disfrutar de un partido de futbol. Sin embargo, en esos noventa minutos, iba a descubrir que el futbol tiene esa magia que siem

El Chico Nuevo

Paco vivía en un pueblo pequeño, cerca de la capital, ahí sus días transcurrían sin mayor novedad. Iba a la escuela en la mañana, ayudaba en su casa por las tardes para después pasar tiempo jugando con sus amigos. Era hijo de un profesor así que casi todos los habitantes conocían y convivían con la familia de Paco. Como cualquier niño de su edad estaba lleno de energía, siempre traía pateando un balón, le gustaba el fútbol. Esa afinidad la heredó de su padre, porque fue él quien le enseñó a jugar, veían juntos los partidos por televisión y siempre lo acompañó al campo donde se emocionaba al observar a su papá pegarle a la pelota como pocos. Cuando estaba en su casa, siempre podías encontrar a Paco en el patio, ahí pasaba horas haciendo tiros y gambetas contra el portón. Todas las veces que el esférico pegaba contra esa puerta de metal hacía un sonido estruendoso, él imaginaba que ese estallido eran los gritos de gol de un estadio lleno.  Narraba sus propias jugadas, iba encontra